sábado, marzo 22

Día de silencio

Día de silencio y de luto. De espera y de contemplación. De tanto silencio que ni siquiera hay un texto evangélico señalado oficialmente para el día de hoy. Es el silencio del dolor cuando uno pierde a alguien querido. Pero es también el silencio del que sabe contemplar y, repasando la historia del ser querido, descubrir que ha sido una vida útil, que ha pasado por el mundo haciendo el bien, y que ese bien perdura por los siglos y nos ha llegado a nosotros produciendo paz, amor, buen espíritu y generosidad.

Es día de silencio para saber despojarnos del ruido que cada uno de nosotros llevamos dentro, para volver a descubrir lo mucho que hemos hablado y que se ha hablado en el mundo y se ha quedado todo en palabras, palabras que el viento se ha llevado. La Cruz, sin embargo, sigue enhiesta, desafiando a los vientos y a las tempestades, elevándose hasta el cielo, como esperando un milagro. El milagro que haga brotar la Pascua, y nos indique una vez más que el Señor pasó, pasa y seguirá pasando por las vidas y las historias de las personas y de los pueblos, porque vuelve a vivir, porque sigue vivo, porque seguirá viviendo.

Silencio. Silencio profundo, escuchándonos a nosotros mismos y recordando aquello que nos dice Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”. Un buen resumen para interiorizarlo y descubrirlo vivo en nosotros. Nos capacitará para la esperada resurrección. Y que ese silencio sea como el viento, que lleve a todas partes el rumor que hace Dios cuando pasa por el mundo.

Fuente: María Consuelo Mas y Armando Quintana

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