sábado, marzo 21

TROSERO RENE- No te mueras con tus muertos

Del libro "No te mueras con tus muertos"

Hay una historia muy antigua, donde se narra como un sabio puede dar iluminaciòn sobre este triste acontecimiento, tan difìcil de superar.
Una vez una mujer perdiò a su hijo y se lamentaba mucho. Ella pidiò ayuda y finalmente le recomendaron que fuera a ver a Buddha. Entonces èl aceptò ayudarla con la condiciòn de que le llevara semillas de mostaza de las casas donde no hubiera muerto nadie.
La mujer esperanzada saliò a buscar de casa en casa esas semillas de mostaza, pero no consiguiò ninguna.
Entonces regresò a Buddha y èl le preguntò por las semillas. Ella respondiò que no las pudo encontrar por que en todas las casas donde habìa buscado, habìa muerto alguien.
Entonces Buddha le explicò que la muerte es un proceso natural por el cual todos debemos pasar,
Ella no era la ùnica que sufrìa la pèrdida de un ser querido.


lunes, marzo 16

MONICA FIGUEROA- A veces

A veces
se pierde la conexiòn con la realidad.
El cansancio, las horas que suceden
una igual a otra, las mismas cosas,
todas predecibles y esperadas.

A veces
el alma se suelta en bandadas
de pensamientos irreales, tibios.
que añoran otras voces ya perdidas.
un abrazo que no vuelve,
el aroma al perfume olvidado
con sus rasgos de madera y de pino.

Entonces, solo a veces,
esbozo una sonrisa tímida en el silencio.
y rescato de lo profundo del alma
ese cùmulo de recuerdos tan queribles.

La risa divertida,
el sonido de la guitarra.
las voces lentas explicando,
las manos àsperas de trabajo y sacrificio,
el mechòn rebelde sobre la frente.

A veces me sucede.
Y quedo en el silencio de la espera.
Nutriendo mi alma de presencias.

A veces.
Siempre a veces.-


domingo, marzo 15

PAJAROS VIVOS de Poldy Bird

A veces la gente me pregunta por qué le ten­go miedo a la muerte. Y el interrogante me da vueltas por dentro, ata y desata nudos en largas noches azules de ojos abiertos como los de los peces. Vos me entendés, mamá. Me entendés, girando entre las rosas, suspen­dida en el muro de los jazmines, siempre cerca, siempre al alcance de mi voz, nunca visible para nadie.

Vos me entendés, empolvada de tiempo entre los libros, asomándote en coplas a esta vida en la que sí me ven, en la que las manos de los otros pueden tocarme todavía y mis pasos de­jan huellas en los pisos de esta casa que me so­brevivirá y tal vez siga albergándome, muda y transparente en los rincones, dentro de los flo­reros, o detrás de las cabritas de terracota que una amiga amasa para mí, cada tanto.

Y seré como vos ahora; una brisa que abanica las cortinas bordadas, pero que no se atreve a posar su beso sobre la frente de la gente amada.

-Usted le tiene miedo a la muerte, ¿por qué le tiene miedo a la muerte?

Quisiera contestarles que no es exactamente miedo. Es solamente no querer morirme. ¿Us­ted quiere morirse?, tendría que responderle al que interroga. O si no: "¿Usted entierra a sus muertos para siempre? ¿No los sueña de noche con la sonrisa tibia? ¿No les habla en las tar­des mientras acomoda sus papeles; no se les pone cerca en el recuerdo para que no estén tan quietos, tan ausentes, tan sin una delgada cadenita de luz que los amarre al latido y la música?".

Mamá: ¿vos pensabas como ellos? No te hagas la asombrada. No quieras distraerme con este sol magnífico y este olor a pasto recién cortado. ¡Ah..., desconfiada...! ¡Ah..., temerosa po­brecita mía...! Me veías tan pequeña que no creías, tal vez, que iba a tener fuerzas sufi­cientes para traerte en mí, desde mis ocho años tan tristes, hasta ahora, hasta mi hoy, siempre al costado de mi llanto, al costado de mi risa, siempre en el tumultuoso corazón de cada pala­bra que escribo.

Te turbas..., te estremeces... Yo también me estremezco cuando leo tus coplas.

"Si llego a morirme joven

no quiero que me empareden,

a flor de tierra ha de serme

la quietud, mucho más leve."

Y aquella otra, que ahora te desmiento, mamá, que ahora te digo que no, que no es cierto, que nunca será cierto:

"Cuando la voz se me pierda

por el bosque del silencio

han de helárseme las coplas

igual que pájaros muertos."

Míralas..., están vivas, están calientes, baten sus alas; en el cuenco de mis manos comen al­piste; a veces beben en las fuentes de las pla­zas un agua alegre que se parece al canto de los niños; otras, como ahora, beben un llanto lento que baja de mis ojos y lava tu cuidadita pose en los retratos.

Míralas, mamá, son pájaros vivos, de una rara especie que no se extinguirá.

Te lo prometo.

POLDY BIRD

miércoles, marzo 11

Proceso cronológico del duelo


El desarrollo del duelo a través del tiempo, aunque sea de un modo un poco artificioso, lo podemos dividir en fases o períodos que reúnen unas características, que nos ayudan a entender lo que sucede en la mente del doliente:
1. Duelo anticipado (premuerte). Es un tiempo caracterizado por el shock inicial ante el diagnóstico y la negación de la muerte próxima, mantenida hasta el final, por la ansiedad y el miedo. Deja profundas huellas en la memoria.
2. Duelo agudo (muerte y perimuerte). Son momentos intensísimos y excepcionales, de verdadera catástrofe psicológica, caracterizados por la anestesia emocional e incredulidad ante lo que se está viviendo.
3. Duelo temprano: desde semanas hasta unos tres meses después de la muerte.
Tiempo de negación, de estallidos de rabia, y de intensas oleadas de dolor
incontenible, profundo sufrimiento y llanto.
4. Duelo intermedio (meses, años después de la muerte). Tiempo a caballo entre el duelo temprano y el tardío, en el que no se tiene la protección de la negación del principio, ni el alivio del paso de los años. Es un periodo de tormenta emocional y vivencias contradictorias, de búsqueda, presencias, culpas y autorrepoches,... donde continúan las punzadas de dolor intenso y llanto, y en el que se reinicia lo cotidiano, comenzándose a percibir progresivamente la realidad de la muerte, es también un tiempo de soledad y aislamiento, de pensamientos obsesivos,... Se va descubriendo la necesidad de descartar patrones de conducta previos que no sirven
y se establecen unos nuevos que tengan en cuenta la situación actual de pérdida.
Este proceso es tan penoso como decisivo, ya que significa renunciar
definitivamente a toda esperanza de recuperar a la persona perdida.
Los
períodos de normalidad son cada vez mayores. Se reanuda la actividad social y se disfruta cada vez más de situaciones que antes eran gratas, sin experimentar sentimientos de culpa. El recuerdo es cada vez menos doloroso y se asume el seguir viviendo. Este período dura entre uno y dos años.
5. Duelo tardío (años -¿de 2 a 4 años?- después de la muerte). Transcurridos entre 2 y 4 años, el doliente puede haber establecido un modo de vida, basado en nuevos patrones de pensamiento, sentimiento y conducta. Y aunque sentimientos como el de soledad, pueden permanecer para siempre, dejan de ser invalidantes.
6. Duelo latente (con el tiempo...) A pesar de todo, nada vuelve a ser como antes, no se recobra la mente preduelo, aunque sí parece llegarse con el tiempo a un duelo latente, más suave y menos doloroso, que se dispara en cualquier momento ante estímulos que recuerden...

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