jueves, abril 9

LA MUERTE Y LO INESPERADO

Siempre leemos que hemos nacido para morir.
Que es algo natural.
Se supone que debemos esperarla con tranquilidad por eso mismo: por que es algo natural..... pero la verdad es que nunca es esperada y dificilmente la aceptamos.
Siempre es tràgica y dolorosa.
Màs aùn en los casos donde parte un niño. un adolescente, una persona joven.
Y en ese estado de sorpresa y dolor, cuando nos parece que vivimos una pesadilla, un sueño del que hay que despertarse y no se puede, debemos despedir a nuestro ser querido, cada uno de la manera que pueda sentirlo.
Un beso, el silencio o el llanto. Pero siempre el dolor que adormece al razonamiento.
Recuerdo esos momentos como si le hubiera pasado a otra persona,
No era yo la que estaba decidiendo donde colocar sus restos, que hacer con nuestras hijas, los horarios, el dìa, el funeral.
Una de las decisiones màs difìciles fue que ellas no se despidan de su cuerpo.
No hubiera soportado sus làgrimas, el deseo de despertarlo y que les hable.
Si eso era lo que sentìa yo....¿que menos harìan sus hijas tan chiquitas?
Generalmente uno se ve rodeado de gente que quiere ayudar, familiares, amigos, y que a veces ellos tienen que tomar decisiones fuertes que uno no està en condiciones de decirlas.
Tambièn dicen que los niños deben elegir si quieren verlo o no.
Me presionaban que ellas tenìan que ir. Pero fui firme y no accedì.....y en este presente sigo pensando de la misma manera.
Siempre recuerdo aquel momento del sepelio como el màs doloroso cierre de mi vida.
Comenzaba una etapa donde èl ya no estarìa, donde yo no sabìa que harìa ni como. Se iba con èl la esposa que yo era, una parte de dos, muchas seguridades. Lo conocido y querido. Mucho temor. Mucho miedo.
Sabìa que tenìa que armar una manera distinta de vivir y salir adelante.
Y cada vez que en estos años la vida me ha presentado momentos difìciles, yo recuerdo ese frìo dìa de agosto.
Por que nada pudo superarlo. Y en el camino del dolor, tambièn recuerdo cuando salì del cementerio. Cuando caminè esas cuadras en silencio hasta llegar a nuestro hogar.
Recuerdo como si fuera ahora, que abrì la puerta y mis cinco niñas corrieron a abrazarme y se apretaron en mis brazos.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por tu testimonio lleno de amor y coraje, no te imaginas el bien que me haces al leerte, y sentir mis sentimientos en cada cosa que encuentro en tu blog.
Que Dios te acompañe siempre
Gracias gracias por acompañarme en mi dolor
Dorita