Volver a casa
Hasta que se cierra el último acto de los homenajes póstumos, el cuerpo se mueve por inercia, dejándose llevar por los acontecimientos, las voces alrededor, los tràmites…..nada es real, se hace por que asì debe ser….pero ni sabemos que es lo que realmente estamos haciendo.
A veces pienso que es la defensa inteligente ante el dolor, como si se durmieran los sentimientos, se congela la inteligencia y nuestro cuerpo se deja llevar. Si tomamos la verdadera dimensión de lo ocurrido ¿quièn podría ser coherente en los primeros instantes de la pèrdida?
Cuando regresamos del cementerio hacia nuestro hogar, nuestra vida…es allì donde comienza el enfrentamiento con la realidad.
Sabemos que hemos perdido para siempre a nuestro ser querido, y que cada mañana a partir de ese momento, nos tocarà vivir otra vida, en un reencuentro con uno mismo, con los hijos que también deben acomodarse a lo desconocido, distinto, difícil y salpicado de tristeza. Un reencuentro con la familia que vive cada uno de manera distinta.
Yo no sè que sentiràs si tu ser querido ha transitado una extensa enfermedad, si lo has visto irse de a poco y sufriendo. No lo sè.
Solo puedo hablar de una persona que salió feliz al trabajo, después del beso y el abrazo y, transcurrido una hora (tal vez algo màs) se fue para siempre.
Allì no hay oportunidades para despedirse, para repetir mil veces te quiero y te necesito, para el abrazo distinto, para prepararse….no…no hay forma de volver al hogar a las 48 horas aceptando la realidad que te toca.
Y hay algo que es permanente para todos: encontrar ese lugar vacìo y tan lleno de sus cosas, equivocarse al servir la mesa y que quede un plato vacìo, preparar el café para dos, tantas acciones cotidianas que nos siguen enfrentando a la ausencia. Yo creìa que estaba muy mal cuando me sucedìan esos “errores”, esas esperas sin fundamento, el dejar alguna actividad para después, porque había que conversarla con él. Olvidarme que los tràmites ahora dependìan solo de mì, que las decisiones sobre nuestras hijas ya no eran de dos.
Y no…nos pasa a todos. Hasta cuando un hijo crece y se va de la casa llega a suceder.
Aprendì a tenerme paciencia, a disculparme y a saber esperar .
Aprendì con mucho dolor que hay un tiempo para elaborar la rabia, para sentir la pena y también la culpa.
Y que todos tenemos diferentes tiempos para lograrlo.
Aprendì que es fácil transformarlo en un mito, idealizarlo, como una defensa natural para no vivir plenamente el duelo, para no vivir la realidad de su muerte y expresarlo por la vida que uno ha compartido.
Supongo que el sufrimiento del duelo y las ausencias nos tienen que madurar interiormente, ser màs ricos interiormente, y que al final de ese camino de làgrimas y silencios, lo ideal es volver sanamente a la vida, al reencuentro con uno mismo y con los otros.
Con amor
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