Festejar, a pesar de todo.
Así reza el precepto popular
del que se nutren quienes, aún sufriendo por
la ausencia de un ser querido, deciden pasar
la Navidad o el Año Nuevo obstruyendo el dolor.
Disimulando, intentando mostrarse frente
al mundo como si nada hubiera pasado
Un brusco cambio en la modalidad del festejo
(como un crucero por el Caribe), una borrachera
o la tentación de tomar una pastilla para dormir
y despertarse cuando las fiestas hayan terminado
son algunas de las opciones
con las que algunos deciden atravesar los días
festivos luego de una pérdida.
Sin embargo, a la mayoría le resulta pràcticamente
imposible hallar paz y tranquilidad
en la celebración echando mano de ese tipo de
estrategias que, finalmente, sólo consiguen
acentuar el sufrimiento.
Es que, aun sin parecerlo, los cambios bruscos
o la negación alejan a las personas de una
oportunidad más saludable:
la de lograr un vínculo diferente
con el ser ausente, de recordarlo con afecto y,
sobre todo, de sentir y hasta disfrutar de las
fiestas en la medida de las propias posibilidades.
"Hay muchos momentos especiales difíciles de
transitar cuando se ha perdido físicamente a
un ser querido (cumpleaños, aniversarios).
Pero las fiestas de fin de año son universales,
y por eso la tentación de los mitos festivos
(celebrar, a pesar de todo) es más fuerte que
en otras ocasiones -explica la licenciada Silvia
Alper, codirectora del Centro Especializado
en Terapia de Pérdidas (Cetepe)-.
Sin embargo, lo importante no es sortear
ni evitar el dolor sino anticiparse a él,
reconocerlo y -sin pretender que todo sea
como antes- encontrar el propio camino
de confort para pasar las fiestas."
Pérdidas irreparables Una de las particularidades de las fiestas de
fin de año es que generan un estrés adicional:
"Son fechas que, además de ser universales,
se relacionan con temas como reunión, familia
y alegría. Sin embargo, la persona que ha
sufrido una pérdida física irreparable nunca
está imbuida de alegría. Por eso se siente
rara, a veces incomprendida, y le resulta
difícil insertarse en una reunión que
convoca a la familia", agrega la licenciada
Diana Liberman, codirectora del mencionado
centro.
Los días especiales actualizan los sentimientos
relacionados con la pérdida. Existe, inclusive,
una aflicción anticipatoria: duelen el alma
y el cuerpo, y muchos sufren de insomnio,
ansiedad, falta de energía, tristeza o
trastornos del apetito.
En los casos de viudez, por ejemplo, la ausencia
física de la pareja en la mesa de fin de año
no ha sido elegida.
Esto despierta bronca, impotencia y tristeza.
Lo que era ya no es más -afirman las especialistas-.
En este contexto, pretender que todo sea como
antes puede resultar frustrante."
¿Cómo pasar entonces las fiestas, cuando la
persona amada ya no regresará físicamente para
compartirlas?
La respuesta no es tan universal como l
os festejos.
Primero, porque cada humano es un mundo.
Segundo, porque al menos llegar a una respuesta
parcial implica sortear un gran escollo:
la promoción, por parte de la sociedad occidental,
de la negación
del sufrimiento en pos del disfrute rápido
sustentado en modelos poco reales, como los
de las clásicas viudas alegres.
Contra estos conceptos, "resulta indispensable
planificar las fiestas de antemano, buscar apoyo,
realizar actividades placenteras en los días
previos.
y sobre todo, no aislarse -dice la licenciada
Liberman-
Por otra parte, resulta de gran alivio agradecer
aquellas cosas que nos dejaron los que ya no están,
y también
dar las gracias a los que sí pasarán las fiestas
con nosotros haciéndonos compañía.
Una buena manera es escribir los mensajes"
.
Por Valeria Shapira De la Redacción de LA NACION